2 abr 2011

Progresista, progresismo, progresía y progre.


Ayer va la JEZ y suspende el acto de Pasión por Benidorm-PSPV de Benidorm para presentar en sociedad, o algo así, al candidato Agustín Navarro, quien, por cierto, no necesita presentación. La cosa terminó en guerracivilismo vecinal por mis lares y sin comérmelo, ni bebérmelo, tuve que soportar a un energúmeno colectivista hablarme de progresismo ante la “maldad” cometida por el PP, nueva Ley Electoral por medio, de denunciar el hecho. Es más, me ponía a caldo la celeridad de la jueza en actuar. Y todo esto sin saber por qué. Bueno, sí que lo sabía; que a las seis de la tarde habían llamado al fotógrafo para decirle que no había acto… y andábamos en “Los cafés del Meliá”… y él nos lo contó.

Al vecino tuve que meterlo en razón: 1º con que la cosa no iba conmigo y con él sí que iba; y 2º con lo de no confundir progresista, progresismo, progresía -que era lo suyo- y progre.  

Progresista: dícese del miembro del Partido Progresista (el Partido Liberal, en España, durante el llamado “Bienio Liberal”, de julio de 1854 a julio de 1856) o relativo a él; aquél Partido Liberal español buscaba el más rápido desarrollo de las libertades públicas. Progresista: dícese de la persona de ideas políticas y sociales avanzadas enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad. Hasta ahí, bien.

Por su parte, el progresismo defiende y busca el desarrollo de la sociedad en aspectos económicos, sociales, científicos y culturales; progreso en todos los órdenes, en especial en el político.

La verdad, progresista es un término ideológico lo suficientemente genérico, y progresismo, como para que se lo apropien varias doctrinas filosóficas, éticas y políticas desde los tiempos en que “se inventó”, la Revolución Francesa (esa de la inolvidable fecha de 1789: uno, siete, ocho, nueve), hasta nuestros días, pero que sin lugar a dudas va indisolublemente ligado al concepto liberal; nunca al colectivista.

Y, como siempre, ante la apatía de la derecha liberal, la izquierda se lo apropia.

Asisto atónito a la corriente europea, que desde unos años a aquí, asocia progresismo con voluntades complejas tanto en el socialismo, que siempre abominó de ellas, como en el nacionalismo. Olvidan los colectivistas que progresista y progresismo son conceptos hijos de la Revolución Liberal del XIX, en la que no participaron, y, por ser generoso con ellos, si bien en un principio no importó que hicieran uso de ellos, en su lucha contra los tradicionalistas del Antiguo Régimen, a partir de 1848 ya importó porque se desmarcaron voluntaria y rotundamente de ellos y pasaron a apostar por la defensa del proletariado, abominando de la definición -e incluso del concepto liberal- e intentando echar encima de ellos, por vilipendio, el término reformista porque, aunque les mola lo de “progresista”, se vieron incapaces de llevarlo con dignidad y no quisieron que otros lo ostentaran -y ostenten- con gallardía.

Y la verdad es que terminan ganando parte de la batalla; parte -y no toda- porque aún quedamos algunos que sabemos que socialismo y comunismo nunca han sido progresismo.

La progresía es otra cosa: permisividad y tolerancia, pero desde la concepción de la política todos le han dado otro enfoque. Ya decía Julio Anguita (El Mundo, 31.03.2006) que “La progresía es, ni más ni menos, que el sumidero por donde se han ido las ideas de la Izquierda”. El maestro de periodista Francisco Rubiales señaló en su día (4.07.2008)[1] que la progresía “Nació para tapar las enormes brechas que dejó abiertas en la izquierda mundial la caída del Muro de Berlín”. Juan Cueto (El País, 01.03.2007) cuenta incluso como se “parió” el palabro “progresía”. Fue en una noche de farra, en Boccacio de Barcelona. Rubiales contó también cómo “el alcohólico hallazgo lingüístico” llegó a la Revista Triunfo: “era sincera (sólo los borrachos y los niños dicen la verdad) autocrítica de la izquierda española a finales de los ochenta”.

Otra cosa son los “progres”; una tribu urbana de finales del franquismo y principios de la Transición democrática compuesta por hijos de familias bien (bien situadas en el franquismo) -ellos con barbas y trajes de pana; ellas… no las conocí-, con inquietudes intelectuales (lo que fue bueno), reivindicaciones de clase (al margen de la renta) y que añoraban el Mayo francés (el del 68; porque no estuvieron en él). Progre era lo más “in” del momento; molaba. A regañadientes, no iba con ellos, tomaron iconos como el Che, Allende o el mismísimo Castro. Eso sí, terminaron asumiendo un protagonismo increíble en los años 80, pero en los 90, era tan poco consistente su argumentario al enfrentarlo con la realidad de los tiempos, que -como contó Manel Cruz (UAB)- “han evolucionado hacia un reformismo de corte ecologista” y… han languidecido. Nunca fueron progresista (liberales); luego no tenían cabida en el nuevo sistema.

En todo esto del progresismo, lo más grave, es que los herederos de los liberales en la concepción de la política del siglo XXI no han  hecho nada por mantener la herencia del vocablo y han permitido que otros la envilezcan, con sus formas, al apropiarse de ella. Y no la reivindican, que tiene guasa, porque no tienen bemoles… ni idea.

Esto del progresismo socialista es como la República Inglesa: ¿quién se acuerda de ella? 1649-1660… Cromwell, Cromwell, Cromwell… ¡Qué listo anduviste!: un gobierno republicano-dictatorial… Mejor no dar ideas, que esto es pasional.




[1] La gran estafa de la 'progresía' (Reflexiones útiles para el congreso del PSOE)

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