6 nov 2011

DE LA PROTECCIÓN DEL MEDIO AMBIENTE (I)




Esto del Medio Ambiente no es cosa de hoy; son los yankees del siglo XIX y principios del XX, y los nazis -sí, los nazis- de los años 30 son los que lo ponen en marcha. Aunque la verdad sea dicha, han sido los norteamericanos los que más empeño han puesto de siempre en esto.

Comenzó la historia de la protección del Medio Ambiente al otro lado del Atlántico, en 1872, convirtiendo en Parque Nacional el territorio del Yellowstone, en Mamoth (Wyoming). Sus fenómenos geotérmicos -alberga 2/3 de todos los geiseres del planeta- constituyen lo fundamental (Yellowstone, “piedra amarilla… por el hierro, que no el azufre, que abunda en sus aguas) aunque de fauna y flora anda servidísimo. Tiene una historia, el parque, de lo más interesante. El Servicio Nacional de Parques se crearía en 1912… hoy gestiona 58 Parques Nacionales y 395 Sistemas Naturales Protegidos.

Al poco de la medida de Yellowstone, en 1881, en la ciudad de Chicago se ven obligados a poner en marcha la primera ley municipal para el control de la contaminación atmosférica que producía, principalmente, la industria. Es que consumimos de 14 a 18 kilos de aire diarios y lo mejor es que vayan completitos de oxígeno y exentos de puñeterías. Ese mismo año se sumó a la medida Cincinnati -tras confirmarse la incidencia de la contaminación en 3 muertes; incluso nombraron al primer inspector municipal de contaminación- y otras ciudades norteamericanas, como Saint Louis (1893) y Los Angeles (1895), en los años siguientes siguieron a Chicago… aunque sin éxito legal alguno hasta después de los años 40.

Pero lo del aire limpio no se complicó en el XIX y en los EEUU; en el XIII, en 1257, Enrique III de Inglaterra ya tuvo que cambiar su residencia en Nottingham porque su esposa, Leonor de Provenza, no soportaba los humos que se respiraban por allí, y en 1271, Eduardo I de Inglaterra ya lanzaría, sobre Londres, la primera prohibición administrativa de quemar carbón para calefacción porque el aire londinense era “inmisericordemente irrespirable”, y en 1285 se establecería la primera comisión de Lores que deberían velar por la pureza del aire londinense. El smog, pues, ya es, por lo menos, del XIII.

En 1661, John Evelyn escribió el primer ensayo que se conoce sobre el problema de los humos y olores sulfurosos en Londres (Fumifugium. The inconveniencie of the aer and smoak of London dissipated together with some remedies humbly proposed by J.E. esq. to His Sacred Majestie, and to the Parliament now assembled). Pero esto no fue una novedad. Puestos a rebuscar, el griego Teofrasto (siglo III a.C.) ya se queja en sus escritos y disertaciones de los aires nocivos por la quema de carbón, y los romanos terminaron legislando (siglo II a.C.) sobre la altura que debían tener las chimeneas para hacer respirable al aire de las ciudades.

Volviendo al otro lado del Atlántico, disculpen el salto, fue el Departamento de Minas de los EEUU el que recibió el encargo (1896) de velar por la pureza del aire en las ciudades y fue el que revisó la primera ley estatal (Ohio, 1897) en entrar en vigor ya con un cierto “aire” sancionador. Las municipales de la década anterior sólo tuvieron un valor testimonial... y las nuevas tampoco funcionaron bien.

Europa también sufrió esos problemas ambientales. Los primeros muertos oficiales por contaminación atmosférica los puso Bélgica, en diciembre de 1930, en el Valle del Mosa: 63 muertos y centenares de enfermos con consecuencia de un fallo en una torre de filtrado de humos y un proceso meteorológico de inversión térmica que duró 5 días. El problema principal fue la concentración de fluorhídrico… y se acordaron las primeras medidas legales… que nunca entraron en vigor.

Fueron los nazis los que recogieron aquellos apuntes legales y planificaron las primeras normas jurídicas de alcance sobre este aspecto, aunque líos internos del partido posibilitaron que salieran antes las leyes de Protección de los Animales (1933, Reichs-Tierschutzgesetz), de Caza (1934, Reichs-Jagdgesetz ) y de Protección de la Naturaleza (1935, Reichs-Naturschutzgesetz)… que una cosa era el paisaje y otra ciertas etnias. Es la mayor de las irreverentes ironías de aquella gentuza.

Al mismo tiempo, en los EEUU, tras la Gran Depresión, se sucedieron las grandes tormentas de arena en Montana, Wyoming y Oklahoma que se llevaron por delante millones de acres de tierras de cultivo: 1931, 1933, 1936 y 1937 fueron los peores años. Eran las “ventiscas negras” que generaron la Dust Bowl (la Cuenca del Polvo). Al inicio de aquellas tragedias, en 1935, John B. Sears publicó “Desiertos en marcha” (1934 registró la peor sequía de la historia de los EEUU), lo que al coincidir con estos sucesos creó conciencia cívica sobre las tierras de cultivo y los excesos en la explotación de los acuíferos. Y comenzó a legislarse al respecto. Una sola de estas tormentas, en 1935 (14 de abril; Black Sunday), asoló Oklahoma arrastrando 30 centímetros de suelos cultivables en 2’5 millones de hectáreas, hasta casi dejar aflorar la roca madre… y generó 3’5 millones de hombres (y mujeres y niños, los “okys”) vagando por los EEUU al haberlo perdido todo.

La IIGM paralizó la cosa ambiental en todo el planeta.

Un nuevo suceso retomó la iniciativa al estallar la paz. Varios países tenían legislación previa en los cajones, pero no se aplicaban… hasta el desastre de Donora (Pennsylvania), del 26 al 31 de Octubre de 1948: 20 muertos y 6.000 enfermos, la mayoría crónicos. Este suceso llevó a la creación de la Environmental Protection Agency (EPA) que comenzó a legislar sin pausa. Fue reorganizada en 1970 con mayores cometidos.

Y a raíz de la tragedia de Pennsylvania, y de todo lo sucedido con anterioridad en materia medioambiental, entró en liza la ONU y ese mismo año, 1948, funda la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Hoy, la UICN es la red ambiental de carácter global más grande y antigua del mundo. UICN reúne hoy a más de mil organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, además de unos 11.000 científicos voluntarios y expertos en alrededor de 160 países. El trabajo de UICN cuenta con el apoyo de un personal compuesto por 1.000 profesionales, presentes en 60 oficinas, y cientos de socios de los sectores público, no gubernamental y privado de todo el mundo.


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