24 nov 2011

DE LOS VINKINGOS, LAS PIEDRAS SOLARES Y EL FOLLON QUE NOS DIERON



Hace unos días ha vuelto a salir a la luz lo de las piedras solares (sunstones) de los vikingos; lo que les permitía navegaciones transoceánicas en los tiempos brumosos del Atlántico Norte sin tener a mano brújula, astrolabio, azafea o kamal que por aquellos mismos días sí disponían, por ejemplo, en al-Ándalus y que les servía para calcular su posición y rumbo a la hora de navegar. A pesar de carecer de estos instrumentos, los vikingos resultaron unos sensacionales y puñeteros navegantes.

Los vikingos eran los sucesores de varios pueblos escandinavos que previamente se lanzaron por Europa: cimbrios, ambrones y teutones; desde el siglo III a.C. se dejaron sentir sus tropelías por Centroeuropa hasta que las legiones de Roma les pusieron cierto coto. Otros pueblos, jutos, daneses y wendos fueron los primeros en sufrirlos. Los godos, más tarde, lograron mayor expansión. Los vikingos y los  varegos fueron los últimos escandinavos en irrumpir en escena. Los vikingos se hicieron a la mar y los varegos penetraron en las estepas continentales de un vasto territorio, al que hoy llamamos Rusia porque los fineses llamaban rutsie a los Varegos suecos. Los Varegos llegaron a atacar sin piedad los territorios bizantinos, por tierra; en especial Constantinopla (860) y en lo que hoy es Rusia fundaron Nóvgorod (862).

Los vikingos gustaban del mar y utilizaban sus sensacionales y manejables barcos para el comercio y el saqueo. Utilizaban los knoerr para el comercio y los langskip para lo otro. Estos barcos nunca se llamaron drakar (dragón), aunque, en la proa, cuando iban a atacar un territorio, colocaban una cabeza de dragón, de madera, para “asustar” a los espíritus protectores de los lugares que iban a atacar.

La primera vez que supimos de ellos fue el 8 de junio de 793 cuando los vikingos saquearon el monasterio de Lindisfarne, el este de Gran Bretaña, entonces reino de Northumbria. Aquél día descubrieron ellos, los vikingos, que existían, más allá del mar, comunidades de tipos rarísimos que vivían en grandes casas de piedra, ¡¡sin mujeres y sin armas!!, atesorando comida y riqueza. Decidieron dedicarse a ello. El siguiente en sufrirlos fue el monasterio de Jarrow (794), el célebre monasterio de San Veda el Venerable, y luego siguieron costeando Gran Bretaña y asaltando pueblitos y monasterios; incluso llegaron a Islandia (795) e Irlanda (839…  y fundaron Dublín, en el 841) dedicándose, siempre, al pillaje. Lo devastaban todo.

Navegaban orientándose por la posición del sol, la luna y las estrellas; la dirección de las olas, el flujo de las corrientes, el vuelo de las gaviotas, el desplazamiento de los cardúmenes de peces y el color de las aguas, según se recoge en sus sagas. Pero había un elemento más: las piedras solares. Ahora, en la Universidad Eötvöst Loránd, de Budapest, en un proyecto en el que ha colaborado la Universitat de Girona, (Experimento Vicorob), han corroborado lo descubierto en 1967 por el arqueólogo danés Thorkild Ramskou: en sus navegaciones, los vikingos se orientaban con cristales de espato de Islandia -las piedras solares- que son capaces de polarizar la luz y tienen birrefracción. Con ellas es posible localizar la luz del sol en días brumosos y poderse orientar.

En fin, que llegaron a Groenlandia, y hasta Terranova, y los investigadores siguen trabajando sobre los vikingos y su historia… y la influencia del clima. Pero esa es otra historia.

Toda la Europa costera (incluso interior, que remontaban los ríos arrastrando sus barcos desde las orillas) sufrió a los vikingos en lo que se ha llamado “Periodo Vikingo” (793-1066), desde Alemania a Italia, en el mismísimo Mediterráneo.

En el 799 se asomaron a la Aquitania francesa, entonces imperio Carolingio y con Carlomargo al frente. Eran pocos y fueron derrotados. Pero nada más morir el emperador llegaron en manadas (flotillas de más de 50 langskip) y se liaron a saquear las costas y aplicar lo que se llamó “danegeld” (impuesto danés): asalto, saqueo y, en consecuencia, la exigencia de rescate de los muy cristianos habitantes del lugar para poder devolverlos y no quedárselos como esclavos. No iban a hacerlo, en sus barcos no cabían esos prisioneros, pero en eso no reparaban los cristianos del momento. En el 845, Ragnar Lodbrok le aplicó el “danegeld” al mismísimo París. Sonadísimo en toda la Cristiandad.

El año anterior (844) se habían dado un “paseíto” por Usbuna (Lisboa), Cádiz y Sevilla, tras unas paradiñas en el territorio del Reino de Asturias (que incluía Galicia, que destrozaron). Lisboa y Sevilla fueron dos grandes victorias, aunque al final Abderramán-II los derrotara cuando abandonaban Sevilla y se tuvieran que volver al norte, diezmados y con el rabo entre las piernas.

Por eso regresaron. En la segunda incursión peninsular “gorda” 859-862, estuvieron al mando de Björn Ragnarsson, el hijo del vikingo asaltante de París, y saquearon todas las costas de la península Ibérica. Remontando los ríos saquearon las ciudades importantes. Por ejemplo: Orihuela y Murcia (por el Segura), Zaragoza y Pamplona (por el Ebro), donde llegaron a pedir un danegeld de 70.000 dinares (cuentan las crónicas árabes) por el rey pamplonica  García Íñiguez. Hasta Barcelona, las islas Baleares, el sur de Francia y hasta incluso Pisa, en la Italia del momento; y el norte de África. Estas campañas contemplaban invernadas. Se quedaron con todo lo que había por estos territorios.

Aún hubo una tercera oleada de asaltos (966-971) casi siempre sobre los mismos lugares. De sus andanzas hay crónicas muy concretas, como la de Ibn Faldan por los árabes peninsulares o las sagas vikingas que llaman a los de al-Ándalus “blamenn” (hombres negros) desde que se enfrentaron a los guerreros de Abderramán II.

Los vikingos no eran muchos, pero estaban muy pirados. La mayoría de la tripulación de un langskip eran guerreros, los berserker, que vestían pieles de oso y entraban en combate con un colocón del 9 a base de la ingesta de hongos alucinógenos bien regados con cerveza de centeno (afectado de cornezuelo, para que estuviera bien de ácido lisérgico -precursor del LSD-) o con un brebaje alcohólico a base de beleño negro aromatizado con belladona. Así hacían lo que hacían, por pocos que fueran…  Incluso hubo una “élite” entre los berserker, los úlfhéoinn, que vestían pieles de lobo y entraban en combate aún más colocados.

Bueno, el caso es que tanto asaltar monasterios y robar crucifijos, reliquias y códices, al final un jefe de prestigio, Olav Haraldson, terminó por convertirse al cristianismo (Olav II el Santo, patrón de Noruega), y las tribus se fueron cristianizando siguiendo al rey. Total que sobre el 1024 el Papa de turno (Juan XIX) les perdona sus pecados y éstos, con sus más y sus menos pero ya cristianos, terminan hasta por unirse a las cruzadas (1095)… y así se acabaron los vikingos por aquí.


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