14 sept 2012

DE LAS COSAS QUE HACÍA, Y HACE, EL HOMBRE...




Los viernes son terribles. La sobremesa de licor y cigarro dan estas cosas.

Ayer se presentó en Benidorm un club de fumadores de puros; no fui. Me sobra con lo que pasa los viernes por la tarde; y somos menos.

Pero hoy me han traído un verde que se ha empeñado en darnos la sobremesa con sus paridas.

Para él, todo es cosa de ayer tarde. Y no.

Lo de transformar el medio no es cosa de hoy. En el “Periodo del Marasmo” (hace 8.000 años) el cambio climático que hubo nos derivó hacia una ganadería trashumante que terminó, tanto andar y andar con el ganado de un lado para otro, poniendo en contacto grupos humanos… y así aprendimos, unos de otros, todas las “maldades” de entonces. Casi cronológicamente en paralelo a eso de acompañar el ganado surgió la agricultura (antes del 7.000 aC), aunque ahora parece la cosa fue más antigua en Tailandia (hacia el 9.750 aC, dicen). Vamos, que el hombre se asentó y empezó a jorobar territorio en firme. Hasta entonces le daba algún pellizco. Y el verderol invitado de hoy no lo sabía... y nos ha dado la comida. Un fallo, Pedro. Que no se vuelva a repetir.

Sí, sí, resulta que los primeros agricultores fueron unos “desalmados” antiecológicos de aúpa: seleccionaron especies al albur, a su buen criterio, y escogieron terrenos de cultivo a los que aplicaron fuego (ignicultura, agricultura de rozas que educadamente llamamos) para “limpiarlos” de lo que había y poder cultivar lo que ellos querían.

Bueno, no fueron unos bordes antiecológicos totales porque con sus escasos medios no eran capaces de “limpiar/acabar” con el bosque existente.

Pero eso sólo fue hasta la llegada del arado romano (que en realidad era un invento sumerio; 3.500 aC) que se convirtió en la más eficaz herramienta de destrucción del suelo por su capacidad de arrancar todo vestigio de vida anterior, fomentar la degradación de los suelos y facilitar procesos de erosión. Y no vean la capacidad letal del arado moderno de la mano del holandés Joseph Foljambe (1730) o del yankee John Deere (1837). Fue tan demoledor ambientalmente el arado “moderno” que se hubo que “reinventar” el barbecho: dejar un año en reposo la tierra para que se recuperara.

Y con el monte también fuimos insanamente malvados desde que nos pusimos erguidos en el planeta. Seleccionamos especies e introdujimos otras destructoras del ambiente inicial. Ahí los romanos se llevan la palma. En la península Ibérica introdujeron el castaño -la de hambre ha quitado el castaño- en detrimento de las especies locales. Plantaron media Europa de nísperos (Mespilus Germanica; que no como los de Callosa d’En Sarrià que son asiáticos Eryobotria) para de sus ramas obtener mortíferas flechas y mazas. Bueno, los vascos también utilizaron el mespilus para sus makilas.

Bueno, la secuencia de casos de introducción de especies por los romanos es interminable. Y el verde este ni lo sabía.

Y hay cosas “más recientes”. El suelo patrio nos fuimos cargando el bosque para leña, casas, obras públicas y barcos. Hicimos cosas terribles: un buen día, en el XIX, con motivo de la Guerra de Crimea (1853-1856) deforestamos La Mancha para plantar trigo. Cinco años de supercosechas y superganancias, pero cuando terminó la guerra y Crimea se recuperó… nos envainamos la ya hiperdesértica y soleada mancha manchega porque nadie nos compraba un grano de cereal.

Son mil y una las “burradas” que la evolución humana ha propiciado.

A lo mejor, piensen, es que nada de lo que ven ahora fue así. Ecología verde, sí; sentido común: más. Menos mal que este tipo no vuelve y el viernes próximo volvemos a “Los cafés del Meliá”.Y o es que vuelvo de estas cosas y me enciendo... como un buen veguero, y escribo lo que escribo.

Uds. disculpen, pero así me desahogo... que es mejor que ahogarlo a él.



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