7 mar 2013

DE CUANDO VIVIR AQUÍ, EN BENIDORM Y EN LAS MARINAS, NO ERA ESTAR EN EL PARAÍSO



A los pies del Cavall Verd, donde moraba Ezme -la bruja de Laguar-, en el Pla de Petracos, terminó en 1609, sostengo yo, la Reconquista, con la derrota y expulsión de los moriscos. Andábamos a la greña con ellos, siglos ha, y menos mal, ellos siempre salían perdiendo. Por ejemplo: unas décadas antes, un 18 de agosto de 1521, los agermanados, en el castillo de Polop, degollaron, tras bautizarlos -¡faltaría más!- a más de 800. Alianza de incivilizados.

Bueno, pues fue expulsar a los moriscos… y nos fuimos al garete económico y social en estas tierras. No es que antes nos hubiera ido mejor, pero…

Toda la comarca de La Marina (Alta y Baja) era zona morisca. Sólo las villas, y por villa entiendan que sólo entraban en esa categoría poblacional Altea, La Vila, Calpe, Callosa, Polop y Teulada, tenían más cristianos viejos que moriscos. El resto… ni les cuento.

La comarca sufrió tal despoblación a partir de 1609 -que es cuando empezamos a anotar a la gente que nace, vive y se muere… más que nada para controlar y que pagaran impuestos- que un siglo después aún no nos habíamos rehecho de la debacle. La recesión poblacional general supuso -en ambas Marinas- una merma de entre el 45 y el 55% de los efectivos humanos en edad de laboral, aunque en lugares como Orxeta fue del 80%. Un caos, pues además eran los “especialistas” de la época.

Además temíamos rondándonos a los piratas de Berbería que asolaban la costa en cuanto cambiaba la luna. Pues fue expulsar a los moriscos e incrementarse los ataques en progresión geométrica. Al alimón.

Para rizar el rizo, fue expulsarlos y venirnos tres epidemias de peste bubónica (1629-31, 1647-52 y 1693-96), la Guerra de Sucesión (1703-12), unas sequías sin precedentes (1735-50 y 1830-40), un par de terremotos demoledores (1748 y 1790) y la terrible viruela que cada dos por tres se dejaba sentir. Echando mano de los archivos parroquiales nos asustamos. En 1600 Benidorm contaba sesenta (60) cabezas de familia, en 1646 sólo sumaba once (11)… y menos mal que ya en 1713 estaba ya en cuarenta (40).  Pero es que en Guadalest, de los 400 cabezas de familia “censados” en 1609 pasamos a los ciento once (111) de 1646 y terminamos con los veintiuno (21) del primer Censo del XVIII.

Eso sí, fue terminar el XVIII y dispararse la natalidad en un 60 por mil… gracias, sobre todos, a que comíamos: sucesivas buenas cosechas de trigo, maíz, panizo, vid, almendras, algarrobas y aceitunas que nos dieron vidilla a pesar de que, dice Cavanilles, que la gente de por aquí… casi todos son jornaleros y que no hay más que un corto número de ricos dueños. La única actividad fabril de la zona estaba en La Vila (cordeles, jabón, cabuyería, redes y lonas; el chocolate triunfó más tarde). La pesca era residual, a excepción de la almadraba, concesión real.

Nada más irse Cavanilles empezamos a emigrar aflixidos por la esterilidad de las aguas, las plagas en la agricultura y la irrupción de la viruela -la epidemia variolosa que decían- que hizo estragos, sobre todo, en Callosa d’En Sarriá, siendo por ello una de las primeras poblaciones españolas donde se inoculó a los niños contra ella, por lo que luego se libró, por ejemplo, de la epidemia de 1804.

El final del siglo XVIII en la Marina fue terrible. En el último cuarto del siglo se acentuaron las sequías, entre 1778 y 1789, y afloraron todas las plagas imaginables en la poca agricultura que permitía la escasez de agua. Para colmo entre 1785 y 1786 la comarca se vio sacudida por una terrible epidemia de Tercianas (una forma “leve” de malaria) que colocó el listón de muertes en un terrorífico 50 por mil. Y, cómo no, más viruela. Es doloroso ver hoy, en los libros parroquiales, al lado de cada nombre la palabra albat, con la que se alude al color del ataúd y que se aplicaba cuando los niños no habían alcanzado aún el uso de razón; menores de 7 años. A la viruela se le llamó “el Herodes de los niños”.

En la primera mitad del XIX crecimos demográficamente ¡¡¡un 0’1% anual!!!: ridículo. Hasta 1812 se suceden las sequías, las hambrunas, las epidemias de peste y, 1808-1812, la Guerra del Francés por estos lares. La mortalidad comarcana registrada en los doce primeros años del siglo será un lastre hasta bien entrado el XX: recuerden que los no nacidos no producen recambio generacional. Para más inri, en 1828 estuvimos diez meses sin gota de lluvia.Y para colmo, la década de los treinta (del XIX) arrancó con una epidemia de cólera morbo, que llegó de Europa y llenó los camposantos; en Benidorm hizo estragos. La segunda oleada colérica se dio en 1854-1855, y remató la maltrecha comarca.

Nada más comenzar la segunda mitad del XIX la gente de por aquí decidió emigrar huyendo del hambre y del cólera, que volverá a atacar repetidamente entre 1864-1866. Los que se quedaron en el terruño sufrieron, además, una epidemia de fiebre amarilla (1869-1870) que fue la última, que se sepa. La de 1897 sacudió toda la provincia, pero se olvidó de las Marinas.

La agricultura, que fue bien en líneas generales, y la poca industria existente solventaron la papeleta a los pocos supervivientes, pero sin alharacas. Se malvivió.

El siglo XX arrancó con cambio de tendencia: empezamos a crecer y todo parecía ir bien hasta que la sequía de 1909-11 nos trajo 18 meses sin gota de agua: la agricultura al garete. Empezó a llover a finales de 1911 y volvimos a producir algo hasta que notamos los efectos de la IGM: perdimos los pocos mercados agrarios y no podíamos importar fertilizantes. Empezamos a emigrar de nuevo… y los que se quedaron soportaron la gripe “española” de 1918-19 de la que únicamente escapó Benissa, aunque pasó casi de largo en La Vila. En Benidorm, el “trancazo”, hizo estragos.

Pero los felices 20 lo fueron de verdad y esto se arregló un poco, apareciendo ya el embrión del turismo. Lo de los años 30, 40, 50, 60... ya lo saben.

Vivir aquí fue duro; merece la pena no olvidarlo. Esto, ahora, sí es el paraíso.





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