29 oct 2013

DE UN LIBRO DE COCTELERÍA... que así se titula.


Pues nada, que el domingo, no sé si por el cambio de hora, me viene el amigo Quirce con un libro. Y yo, a un libro siempre le hago hueco.

Bueno, este se me atragantó de entrada: “El agua en la coctelería del siglo XXI”. Cielos, la palabra “agua” unida al concepto “copa”. Deduje que… o bien el bueno de Quirce había perdido el oremus o es que necesitaba hacer hueco en una estantería de su casa y la Núria le dijo “ya que bajas, este p’a Juan”. Y Quirce es muy bien mandao. Un petó Núria.
Bueno, nos tomamos un brut y hablamos de nuestras cosas y de cómo la tienen montada en Cataluña. Ya no tengo un lago de cava en la nevera, como antes, pero siempre hay sitio para un par de botellas para compartir con un amigo. Y cayeron.

Cómo no, ante el libro le dije que yo soy como aquél alcalde de Bollullos (Par del Condado, Huelva; que no de la Mitación, Sevilla) que colocó el cartelón de “Si el agua rompe los puentes y abre los caminos, ¿qué coño no hará con los intestinos? Consuma Vinos del Condado (de Niebla)”. No obstante, avalado el libro por la Academia Española de Gastronomía, y realizado por Vichy Catalán (editado por Grupo Z, Ediciones B) -Quirce, se quiera o no, es catalán y nacido en Sant Pau d’Ordal- le prometí un vistazo.

Bueno, pues me lo he pasado muy bien “leyendo” el libro.

Hasta ahora mi relación con la cocktelería era meramente testimonial: en los sitios “guay” me pedía un Gibson (que un barman del Don Pancho, aquí en Benidorm, me aseguraba que estaba más “cargado” que el Dry Martini, y lo he podido comprobar en el libro: 9/10 de ginebra del primero sobre 8/10 del segundo). Mi tío Antonio era más del Gin Fizz, incluso de la Media Combinación; mi padre (ahora el pobre sólo le pega al Sintrón) tuvo una temporada que era más del gin-tónic, pero eso no llega a cocktail. Del Gin Fizz recuerdo que no era más que un poco de ginebra, zumo de limón y azúcar, pero el “poco” de ginebra se iba transformando con el tiempo hasta llegar a ser un pozal de ginebra y unas gotas de limón. En mi etapa menorquina conocí eso mismo como Pomada, y a fe que la Pomada restañaba heridas.

De vez muy juvenil recuerdo haber oído lo de la Media Combinación (Cubana; aunque el “apellido” no se le solía poner) que no era otra cosa que ginebra, triple seco y vermut rojo. En casa siempre había triple seco; no he vuelto a verlo desde que salí de allí camino de la Universidad en el 74 (pero he visto en la Internet que aún existe).

Bueno, y al libro. Resulta que el agua entra en lo cócteles casi siempre en forma sólida, aunque alguno hay que cuenta con ella por sus burbujitas (ahí entra Vichy Catalán).

Y me he enterado que el nombre, cocktail, viene del palabro “cola de gallo” y ahí entran en liza las leyendas… aunque todas arrancan en bien en la Norteamérica yankee, bien en México. Sí, bien en la Guerra de la Independencia de los EE.UU., bien en festorros aztecas. Unos apuntan a Betsy Flanagan (posadera), otros a Bessie (la hija del hacendado propietario del gallo Whashintong), otros a los garitos del puerto de Campeche (sin citar camarera) y los últimos a la hija de un cacique tolteca llamada X-octl. Siempre las damas mezclan bebidas y las decoran con plumas de gallo (Cock tail, en gabacho).

Y también me he enterado que los “clásicos” son 21… y llevan agua: el Americano, el Bloody Mary, la Caipirinha, el John Collins, el Negroni, el Old Fashioned, la Piña Colada, el Screw Driver y el Singapore Sling. No llevan hielo el Alexander, el Daiquiri, el Gibson (el que yo conocía), el Gin Fizz (al que aquí le pegan un chute de Vichy Catalán que no vean), el Irish Coffee (por obvias razones), tanto el Kirk como el Kirk Royale, el Margarita, el Manhattan (que no se parece en nada al de aquellas discotecas que yo frecuenté), el Rob Roy y el White Lady.

Luego hay un montón de cócteles ad-hoc que prestigiosos barmans han creado con el agüita burbujeante de protagonista… Y en la foto no desentonan.

Una vez en Londres (una WTM), sería por el 95, Manolo Ballestero se empeñó en ir al The American Bar, en el Hotel Savoy (ni dirección, ni leches; el taxista sabía dónde). Y fuimos. Yo, a lo de siempre: un Gibson. Y me miraron un poco raro. Terció Manolo y lo zanjó con sendos Dry Martini por los que nos soplaron 10 libras cada uno… en el 95 o así.

Esa, creo recordar, salvo alguna chorrada en los Hard Rock Café, es toda mi moderna relación con la cocktelería. Y ahora este libro.  



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