4 jun 2014

DE HABLAR DE LA REPÚBLICA, ALGO A LO QUE SOMOS MUY DADOS


Oigo, a veces con rubor, a muchos (algunos, absolutamente indocumentados) hablar de la República. Es lícito; en el sistema de libertades que nos hemos dado eso se puede hacer. Yo estoy de acuerdo con la Constitución el 78; fija, incluso, el marco para efectuar el cambio que nos pudiera llevar a una modificación del actual sistema. Pero fuera de la Ley, nada.
Luego está esa añoranza absurda por una II República idealizada. Falló la 1ª, falló la 2ª y…  ¿a la 3ª va la vencida? Hay un desconocimiento total de la realidad.

Aquí, ahora, a todos se les llena la boca hablando de la República; de la II República, imagino. Pero, ¿cuántos saben qué fue de la II República? Hay muchos épicos bocetos aislados, pero no un cuadro general de la misma, y hay que pintarlo. Vale que estén hasta donde quiera de la Monarquía (que conocen), pero ¿saben de qué hablan?

Situémonos. 1931: en medio de la Gran Depresión mundial que siguió al Crack del 29 resulta que España era un país aislado y atrasado. Nuestros problemas comenzaron en 1928 y el Crack del 29 no se notó mucho, pero a partir de 1930 sufrimos la disminución de la actividad comercial y los flujos de capital mundiales. El país era económicamente agrario (40% de la población activa). Las malas cosechas (1929, 1930 y 1931) reducían el PIB año tras año (y la Bolsa se desplomaba en 1931 y 1932), aunque las buenas cosechas de 1932 y 1934 sirvieron para no hundir más la cosa. Industria y construcción fueron una rémora. Sólo el textil avanzaba, y, por fin, la crisis coyuntural tocó fondo a finales de 1935, aunque la peseta siguió en caída libre. Ante ello, hay que reconocer que la II República no causó la crisis; fue víctima de ella.

En medio de esta situación económica durísima la Monarquía de Alfonso XIII perdió sentido por su dejación tanto en la Dictadura de Primo de Rivera (hundida por la crisis del 28) como en la Dictablanda de Berenguer. Y luego están las Elecciones Municipales del 31, de los días 5 y del 12 de abril (a doble vuelta). El día 5 los monárquicos consiguieron 15.000 concejales frente a 1.800 de los republicano-socialistas, pero en la segunda fase, la del 12, los republicano-socialistas ganaron en 41 de las 50 capitales de provincia, aunque no en el medio rural. De todos modos, en concejales, la Izquierda (Republicano-Socialistas, Esquerra Republicana, Nacionalistas vascos y Comunistas: 40.848) consiguió 525 concejales más que los Monárquicos (40.324). Los independientes (con 267) no contaron mucho. Para entender qué pasó, hoy con la perspectiva del tiempo, es necesario saber que los partidarios de la República consideraron aquellas elecciones como un plebiscito y actuaron. El Rey abandonó y Alcalá-Zamora tuvo el apoyo del General Sanjurjo (de la Guardia Civil) -y ¡¡del Ejército!!- y se echó p’alante.

Madrid; 14 de abril de 1931
Proclamada la II República todos creyeron que automáticamente cambiaría la cosa y se nos abriría una etapa de progreso: la República era la panacea que todos soñaban. Pero eso, per se, no bastaba para resolver todos los problemas de una España atrasada y muy mal estructurada. Un mero cambio de régimen, por sí solo, no iba a arreglar varios siglos de problemas y fracasos.

Para empezar, en aquella República, se pasaron los dos primeros años pariendo una Constitución doctrinaria (más revanchista que conciliadora) que no supo contentar a la radical masa proletaria ni mantener los afectos de liberales y conservadores, que la habían aceptado y trabajaban por ella. Empezó mal.

Así, en el llamado Bienio Progresista (1931-33) se pretendió la Reforma Militar (en pos de un Ejército profesional y subordinado al Poder Civil), la Reforma Religiosa (secularizar la vida del país), la Reforma Agraria (mejorar la situación del campesinado), la Reforma Territorial (integrar a los nacionalistas), la Reforma Educativa (Educación general y laica) y la Reforma Social (mejora de las condiciones sociales). Pero sin una peseta.

Estos buenos planteamientos chocaron con la realidad social del país que no había evolucionado mucho desde el Antiguo Régimen más que en las ciudades. Los socialistas y la Izquierda (que era mucha) se dedicaron a pinchar a los católicos (contra la Iglesia) y a chinchar al (obsoleto) Ejército que ahora ya no estaba por la labor (reducción del número de oficiales y ausencia de modernización por falta de presupuesto). Además pincharon en la Reforma Agraria (lenta, lentísima, inefectiva, con graves fallos, muchos errores y sin presupuesto) y chincharon con lo de las autonomías. Así, sin fondos y con una grave crisis económica, la República no fue capaz de cumplir ninguna de sus promesas.

Por ello, las elecciones de 1933 trajeron el triunfo de las Derechas y el llamado Bienio Conservador (1933-35): un resurgir de católicos y conservadores. Se paralizaron unas reformas que eran muy avanzadas (y positivas) pero que no contaban con las pesetas necesarias para llevarlas a cabo. Entonces, la izquierda montaraz -expulsada del Gobierno por las urnas- se alió con todo el espectro revolucionario de extrema izquierda existente en la vieja piel de toro para expulsar a la Derecha. La desestabilización comenzó en el año 34, obviando la propia Constitución, y nos llevó al conflicto armado del 1936. Las reformas quedaron en el olvido impedidas por la realidad social de un país lleno de incongruencias: recordemos que la Huelga General de Octubre del 34 fracasó en casi toda España porque, en realidad, sólo era una insurrección que únicamente en Asturias encontró terreno abonado. El Gobierno, en un alarde de incapacidad -y porque se lo pedía el cuerpo-, sacó al Ejército y le colocó el cartel de represor, y como éste sofocó la revuelta se enfundó el traje de salvapatrias que mantuvo hasta muchos años después de la contienda.

En 1935 Azaña comenzó a movilizar a la Izquierda desde la Conjunción Republicana que llegó hasta el PSOE el Partido Comunista (15.01.1936; el PSOE firma hasta en nombre del PC). Aquél pacto se llamó Republicanos de Izquierda, pero la izquierda de la izquierda convino en llamarlo Frente Popular. La Derecha se dividió y no ofreció un bloque monolítico como en el 33. Alcalá-Zamora propició un centro. Pero la verdad es que ninguno de los bandos dejó lugar a la moderación y a una cierta centralidad política que hiciera imperar la racionalidad. Al final, 4’3 millones de votos a la Izquierda, 4’1 a la Derecha y 556.000 al centro…

Total que para el tercer periodo republicano, nada más comenzar 1936, teníamos ya muy definidas las dos Españas; y con facciones extremas dispuestas a todo. Los violentos triunfaron en ambos bandos y así, tras incontables fracasos reformistas, llegamos a la confrontación y al triunfo de los rebeldes -contra el orden legal establecido-, lo que nos trajo un sistema dictatorial. Y todo porque los republicamos nunca confiaron en la República; siempre mostraron un sentimiento de fracaso que hizo que la radicalización campara por sus fueros. La Guerra Civil fue la consecuencia del fracaso de la II República.

Un cambio político sólo es posible con consenso. Por eso me asusto cada vez que a algunos -que no se sabe cómo ha podido llegar a coordinar la simple función respiratoria- se les llena la boca hablando de la República; de la II República. Si al menos ellos supieran de qué hablan, me avendría a escucharlos.




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