30 jun 2014

DE LA NEUTRALIDAD INDUCIDA DE ESPAÑA EN LA GUERRA DEL 14 (y II)


España, hasta 1907, no había entrado en la Política de Bloques. Los sucedidos de los años 1911 y 12 nos fueron bien ya integrados en el grupo “Atlántico”, pero en 1913 los franceses ya nos habían vuelto a poner alguna piedra en las ruedas del carro patrio con lo que desde Alfonso XIII al último ujier de la Cámara (entonces no había Comisión de Exteriores) ya se habían propuesto, por si se liaba la cosa, una posición de mediador: neutralidad.
Vamos, neutrales porque no podíamos entrar en el lío.

En realidad aquella propuesta no era más que confirmar una posición de impotencia: no teníamos flota -ni dinero para construirla- ni ejército. Eso sí, los planes militares se hacían como rosquillas (1906, 1908, 1912…) pero seguíamos sin disponer, año tras año, de los fondos necesarios. Por este motivo no interesábamos a ninguno de los dos bandos. El 7 de mayo de 1914 se aprobaba en las Cortes el último plan de construcción naval… que no hizo navegables y operativas las principales unidades hasta 1923. Es que conforme se desarrollaba el conflicto se iban viendo las cualidades de los navíos que habían pensado como idóneos -y no resultaron serlo-, la importancia del arma submarina, de la moderna artillería y de los novedosos carros de combate, y por aquí se iban cambiando los planes.

A eso hay que unirle una economía atrasada, dependientemente agrícola, y un sistema político que dejaba mucho que desear. La deuda había llegado al 160% del PIB (1902) y –renqueante- se venía recuperando. Nuestro Ejército, con Marruecos como escaparate, era considerado internacionalmente como absolutamente inoperante (Desastre del Barranco del Lobo, 1909, en la Guerra de Melilla) y eso condicionaba nuestra entrada en el lío.

El Ejército no sólo estaba mal organizado, sino que mantenía una mala relación con la sociedad. Sólo los que no podían hacer frente económicamente a la Redención en metálico y/o a la Sustitución (gratuita, si en lugar de uno iba un hermano o un familiar, y onerosa, si había que pagar a un propio) servían en ellos. Vamos, sólo los pobres terminaban en el frente. Existían hasta entidades crediticias ¡¡oficiales!! que libraban el dinero necesario a los quintados para evitar que fueran a filas; les cobraban intereses de usura que entrampaban a las familias de por vida. Había grupos de fulleros expertos en ofrecerse como sustitutos a cambio de un estipendio y que desertaban de filas a la primera ocasión. Y esto por no citar a los jóvenes que se automutilaban (con lesiones que les invalidaban para siempre y en vez de fuerza laboral pasaban a tullidos improductivos) para evitarse ir a filas, que era ir a la guerra de turno. Hasta 1912 estuvo imperante la Redención en Metálico y hasta 1924 la Sustitución. Aún se inventará la figura del Soldado de Cuota -que se mantuvo hasta 1936- para evitarse, los pudientes, ir, incluso, a los cuarteles. Y aquella “mili” de principios del XX duraba 8 años: cuatro de servicio activo y cuatro en la Reserva. El soldado de cuota elegía el destino y el regimiento y se pagaba el uniforme y el equipo. La cuota oscilaba entre las 1.500 y las 5.000 pesetas que poquísimos podían pagar.

Y el colmo militar español del momento era el armamento. El eficaz había que adquirirlo en el extranjero, con lo que no se fomentaba la industria nacional ni se evitaba pagarlo a precios elevados.

Con todo, la mitad de nuestros soldados en 1914 tenían que estar sobre el terreno en Marruecos (unos 70.000) y el resto permanecía en cuarteles peninsulares (algunos en las Islas) que aún eran del siglo XVIII.

Europa se había centrado nada más iniciarse el siglo XX en una carrera armamentística y España no sabía aún de qué iba la cosa. Con un Ejército así, ¿qué político iba a hacernos entrar en una guerra?

Así, a nadie le puede extrañar que el 7 de agosto de 1914 (la guerra había empezado el 28 de julio) el Gobierno publicara aquello de “Ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y los Principios del Derecho Público Internacional”. Pero es que no podíamos meternos en aquél lío, aunque el Conde de Romanones advirtió de que hay “neutralidades que matan”… y tuvo razón.

Pese a todo, como todos conocían la realidad española, fue una neutralidad que ambos bandos vieron con buenos ojos y nadie la protestó. Éramos una rémora para cualquier bando.

Para complicarlo todo más, no olvidemos la efervescencia social de aquella España de inicios del siglo XX. Los conflictos sociales estaban a la Orden del Día. La clase obrera estaba ya totalmente concienciada de su importancia y de su olvido por los políticos de turno que, por turnos, se colocaban en la presidencia para regir los destinos de un país que tenía en el Rey su máxima representación. Los partidos de izquierda y los sindicatos proliferaban. Estaba tan caliente la cosa que una simple orden de reclutamiento para reservistas (padres de familia, única fuente de ingresos de muchas familias por entonces) en 1909 desembocó en la Semana Trágica de Barcelona (26.07-02.08). Ni la pensión de 50 céntimos diarios a las familias de los movilizados fue capaz de paralizar la movilización ciudadana. PSOE y UGT anuncian una huelga, se detiene a Pablo Iglesias (al del PSOE, que estamos en 1908; no vayan a pensar en coletas)… Barcelona ardió por los cuatro costados (112 edificios, 80 eran propiedad de la Iglesia). Se registran 78 muertos y medio millar de heridos.

Para qué contarles. 1911 fue, además, un año tenso y conflictivo. La minería estaba casi en armas. En 1910 se había creado el SOMA y Asturias era ya un polvorín. En medio de aquél lío unos pocos marineros se amotinan en la fragata Numancia (02.08.1911), proclaman la República y amenazan con abandonar el puerto de Tánger y bombardear Málaga. El cabecilla es fusilado en aguas de Cádiz una vez recuperado el control del barco. En tierra firme, el juez de Sueca es asesinado en Cullera (Sucesos de Cullera) en medio de la huelga general de septiembre. 1912 no fue un año más tranquilo; en medio de excesiva confrontación social cae asesinado el presidente del Gobierno, José Canalejas, en plena Puerta del Sol. Y para “limar” asperezas el sultán de Marruecos le cede la soberanía de su territorio a Francia, lo que será el despertar de Abd El-Krim y sus kábilas rifeñas contra las compañías minera y ferroviaria del Riff y Melilla, que eran españolas. 1913 comenzó mejor: tomamos Tetuán sin usar las armas, pero en el mes de abril se produce un nuevo atentado contra el Rey Alfonso XIII (13.04) durante una jura de Bandera con motivo de la nueva Ley de Reclutamiento. El anarquista le considera responsable de la Guerra de Marruecos. “Alarún”, el caballo del rey recibió uno de los tres disparos; el anarquista, Rafael Sancho, fue detenido. 1914 fue el mejor año de aquél periodo: una tensa tranquilidad hasta las elecciones legislativas (08.03) y en momento álgido del verano estalla la guerra. ¿En qué otra guerra nos íbamos a meter los españoles? No tuvimos más narices que ser neutrales.



Bueno, pues pese a todo hubo españoles luchando en la IGM como voluntarios, tanto en la Legión Extranjera francesa como en las fuerzas expedicionarias norteamericanas del general John J. Pershing… pero esa, como la de la gripeespañola -que coincidió con la fase final de la guerra- fueron nuestra contribución y son otras historias.

Lo nuestro fue una neutralidad inducida. Y las neutralidades, como dijo Romanones, también matan. Pero, ¿a dónde íbamos a ir con aquella España?




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