4 oct 2014

DE MANIPULAR EL CLIMA (I)


He leído por ahí que están en marcha varias ideas de geoingeniería -ingeniería climática- para manipular el clima del planeta como medio de lucha contra el cambio climático calenturiento que hay quienes opinan que domina la etapa de variabilidad climática en la que nos encontramos. En los últimos tiempos están ganando adeptos y posiciones algunos proyectos de geoingeniería muy interesantes, aunque muy costosos.

Ya hay patentes para capturar CO2, para sembrar CO2 en el mar (alimentando a las algas) y hasta para colocar en órbita espejos solares para reflejar la luz del sol y enfriar el planeta. Por patentes que no quede.

La verdad es que esto no es ciencia-ficción; lo de manipular el clima es pura ciencia que está aún lejos por el coste económico que precisa pero que, sin lugar a dudas, no es cosa de hoy. El primero en plantear esta cuestión -y darla a conocer- fue el escritor francés Jules Verne, pero antes hubo alguno más.

Portada de la novela de Verne
En 1889 Julio Verne publicaba una novela sobre este tema. Fuera de Francia tuvo varios títulos como “La compra del Polo Norte” o “El secreto de Maston”, por ejemplo. Su título original era “Sans dessus dessous”  (“Sin arriba ni abajo”, traducción literal).

En la trama de la novela, siempre con base científica, entraba eso de manipular el clima con un fin: explotar los recursos mineros bajo el Polo Norte y establecer un paraíso tropical en sus costas como atractivo turístico. ¿Pura especulación inmobiliaria?, me atrevo a plantear.

Verne parece que se inspiró tanto en los cálculos del ingeniero y matemático francés Albert Badoureau[1] como en la teoría del geólogo Nathaniel S. Shaler[2] quien en 1877 había propuesto “desviar” la corriente de Kuroshio para “calentar” el Ártico... y derretirlo.

En las páginas de la novela de Verne, el Gun Club de Baltimore (propiedad de los fabricantes de armas norteamericanos, ociosos tras la Guerra de Secesión y que saldrá en varias de sus novelas) compra grandes extensiones en el Ártico en una subasta internacional pujando más alto que los gobiernos más interesados, con lo que consiguen grandes extensiones territoriales. Entonces muchos desconocían que no hay tierras bajo esa masa de hielo, pero...

El caso es que el matemático del club de constructores artilleros, J.T. Maston -de ahí que en algunos países la obra se llamara “El secreto de Maston”-, propone -para conseguir que el polo se derrita y afloren las tierras ricas en minerales- construir un cañón de 600 metros de longitud y 27 de diámetro, apoyado en las laderas del monte Kilimanjaro y hundido en su suelo, con el que disparar un proyectil de 180.00 toneladas. A dónde fuera el proyectil era lo de menos; aquí lo que interesaba era el fortísimo retroceso del disparo del cañón, hundido en la tierra, que confiaban en que haría cambiar la inclinación del eje de rotación del planeta -colocaría el Polo Norte a 67º de Latitud-  lo que, imaginó Verne, permitiría a la corriente de Kuroshio calentar el Ártico subiendo la temperatura, al menos, 15ºC.

En el libro, ese cambio en el eje de giro de la Tierra permitiría ese cambio que “mejoraría” la vida de la parte occidental del planeta, no así en la oriental; en Asia se perderían algunas tierras sumergidas en el mar y América del Norte ganaría territorio. Verne deja claro que el Ártico sería habitable, pero no otras zonas del planeta… y a los del Gun Club era eso lo que les interesaba.

Al final, un fallo en el cálculo matemático de Maston hace que el monumental cañón no consiga su mortal efecto tras el disparo: el planeta ni se enteró. Es que tonteando por teléfono con la adinerada mecenas del proyecto, la rica viuda Evangelina Scorbitt, borra sin darse cuenta tres ceros del resultado final de su cálculo y al final, su cañón, es mil veces menor de lo que hubiera sido preciso.
Es que en esto de la investigación siempre hacen falta fondos.

NY Herald. 29.09.1912
[Fuente: NY Times]
Y si el dinero era preciso en la novela de Verne, en la realidad lo era mucho más. Sí, porque dinero pidió, nada más y nada menos que 190 millones de dólares, en 1912 el ingeniero neyorkino Carroll Livingston Riker para construir un gran dique de 200 millas (322 km) desde el Cabo Race en el extremo sureste de isla de Terranova, en dirección a los Grandes Bancos (Grand Bancks)  para evitar que la corriente fría de Labrador descendiese y se encontrara con la ascendente corriente cálida del Golfo, y que esta subiera para calentar el Ártico. Estaba convencido que esa alteración en la corriente sería capaz, por sí sola, de cambiar el eje de rotación de planeta y licuar el hielo ártico. El 29 de septiembre de 1912 el New York Herald calificaba de “asombrosa, pero no loca” esa idea.
Riker estaba convencido de que colocando un “obstructor” la dinámica marina haría el resto y terminaría por consolidarse ese dique, como explicó en su libro[3].

La propuesta Ricker
Y es que esa idea no era tampoco nueva. Durante el levantamiento de las Colonias (Guerra de la Independencia de los EEUU; 1775/1783) contra la metrópoli el mismísimo Benjamin Franklin la había propuesto, pero en sentido contrario: que la corriente fría de Labrador se encamina hacia Gran Bretaña para infringirles una nueva Edad de Hielo en la isla. En el amor y en la guerra, todo vale.

Ya en el siglo XX, para un yanqui, la idea de Riker era buenísima porque conseguiría no sólo licuar la masa de hielo del Polo Norte sino anularía los grandes bancos de niebla en las costas orientales de los EE.UU. y evitaría que los icebergs a la deriva ocasionaran catástrofes como la del Titanic (14.04.1912) que estaba muy reciente en el imaginario norteamericano.

La ‘asombrosa pero no loca’ propuesta de Ricker llegó hasta el Congreso de los EE.UU. donde el congresista de Nueva York William M. Calder defendió la misma y propuso la creación de una Comisión al respecto que sólo chocó con la oposición del Secretario de Marina, Josephus Daniels. Ricker estaba dispuesto a arriesgar su propio capital, era un magnate de la ingeniería, pero las opiniones del Secretario de Marina hicieron desistir al resto de los inversores y el proyecto quedó en nada, aunque tuvo dimensión mundial.









[1] (1853-1923) Escribió un libro específico sobre esa obra de la que fue el espíritu científico -“Notes et observations remises a Jules Verne pour la rédaction de san roman Sans dessus dessour”- que se editó junto a la novela como garantía científica de la misma.
[2] (1841-1906) Profesor de paleontología en la Universidad de Harvard (1868-1887) y director del Kentucky Geological Survey (1873-1880). A partir de 1884, también fue el geólogo a cargo de la división atlántica de la US Geological Survey.
[3] Power and control of the Gulf Stream how it regulates the climates, heat and light of the world. By protecting the warm north-flowing Gulf Stream from the onslaughts of the ice-cold south-flowing Labrador current man can control all. Cause and effects of ocean currents, the equatorial and the polar forces. C.L. Riker - New York, Baker & Taylor Co. [1912]

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