9 nov 2014

DESDE LA OPERACIÓN ARGONAUTA... A LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN (I)


He oído estos días a una representante comunistas (¡comunistas en el siglo XXI!) contar una milonga a los telespectadores de la La 1 sobre el Muro de Berlín y el fracaso-colapso de la RDA y -ella no lo entendían así- del comunismo.

También oí a otra, comunista -en el mismo debate-, apuntarse tantos que sonrojarían, de estar vivos, a los “inventores” del eurocomunismo (Berlinguer y Marchais; aunque alguno meterá en este concepto hasta a Carrillo, que llegó mucho más tarde -y de rebote- a esta opción). Estamos con eso del 25º Aniversario de la caída del Muro de Berlín… y la edad les juega malas pasadas, lo que unido a la incultura y al credo comunista de la intoxicación, resulta letal.

Vale que la sindicalista no tuviera muy clara la Historia, pero que lo hiciera la letrada, me deja estupefacto.

Churchill, Roosevelt y Stalin, en Yalta
Me voy a remontar, para tratar el tema de los “forjadores de los derechos sociales de los trabajadores”, a la Operación Argonauta que no fue otra cosa que poner en solfa, adecentar, la ciudad de Yalta para la conferencia de Yalta. Yalta, sí; en Crimea. Yalta, el paraíso en el Paraíso comunista, a orillas del “Mar Hospitalario” de los griegos -el que nosotros llamamos Mar Negro… que era el color que se le adjudicaba al Norte; como el rojo al Sur- por donde Jasón guió a sus Argonautas en busca del vellocino de oro (o de la zalea). Ah, entre los argonautas, los que viajaban en el navío “Argo”, estaban Tiphys, el timonel, Linceo, el de la penetrante mirada, Orfeo, el de la lira, e incluso el mismísimo Hércules. Vamos, la repera mitológica. Pero por mucho que los soviéticos se empeñaran en llamar Argonauta a la operación, ni Jasón si sus chicos pasaron por allí, por Crimea; más bien a los Argonautas les dio por viajar por las orillas Sur y Este. El Norte era bastante inhóspito. Y en el Norte del Euxeinos Pontos habitaban, por entonces, indómitas tribus salvajes.

Contaba Churchill en sus Memorias que “Si hubiéramos pasado 10 años buscando, no habríamos podido encontrar, en todo el mundo, un sitio peor que Yalta. Es solamente bueno para pillar el tifus, y los piojos mortíferos proliferan por todas partes”. Sí, eso decía Churchill del paraíso del Paraíso comunista. Y eso que para organizar la conferencia, la continuación de la de Teherán, dispuso Stalin el envío de hasta 1.500 vagones ferroviarios con material y personal para que todo saliera bien. Desplazaron a tanta gente -cerca de ocho mil personas para servicios- que muchos creyeron -cosas del Paraíso comunista- que estaban siendo deportados a Siberia… claro, allí todo podía ser, sin previo aviso. Y llegaron a Yalta, y vieron que no era Siberia; pero lo mismo, a los pocos días, terminaron allí; que hay poca investigación al respecto.

Los 4 jefes de la Comisión Interaliada de Control: Montgomery,
Zhúkov, Eisenhower y De Gaulle
En Yalta (04 al 11.02.1945), hoy sabemos que, hubo 8 sesiones plenarias, 8 reuniones de ministros de Asuntos Exteriores, 3 cenas y 1 almuerzo de trabajo. Allí acordaron soviéticos, yankees y británicos, dividir Alemania en 4 zonas que estarían administradas por una Comisión Interaliada de Control (que incluiría a Francia, que no estaba en la conferencia), aunque -de facto- estarían administradas las 4 zonas por los mandos militares de la potencia ocupante del sector. El secretario del Foreing Office, Anthony Eden, presidiría la comisión en plan “figurón”. Stalin, el mismísimo Stalin, calculó -y todos aprobaron sin chistar- la cuantía de las “reparaciones” que Alemania debería pagar a las potencias vencedoras: veinte mil millones de dólares (20.000.000.000’00 $, de 1945; dólares y no rublos del Paraíso comunista, que valían bastante poco) en razón a pérdidas materiales y humanas sufridas. La mitad, para la URSS, sin más. El otro 50% restante se lo repartían el Reino Unido (14%), los Estados Unidos (12’5%) y Francia (10%). ¡Coño!, eso sólo suma el 36’5%; ¿A dónde fue a parar el 13’5% restante? Pues fue a parar a control de la URSS, ya que iba destinado a los “otros” países afectados (Polonia, Hungría, Checoslovaquia, etc.) y que, casualmente, estaban dominados por ellos… por los comunistas del paraíso comunista.

Ah, también se habló en Yalta de Polonia. Polonia, la triturada Polonia, cedería -faltaría más- a la URSS un trozo de lo que hoy es Bielorrusia (Bielorrusia Oriental) y Galitzia oriental, aunque a “cambio” recibiría un pedazo de Alemania, al Este de la línea de los ríos Oder-Neisse, que los Aliados occidentales nunca reconocieron, pero Stalin puso sus cojones sobre la mesa y a ver quién atravesaba media Europa, hasta Moscú, para objetarle algo.

Y la guerra siguió su curso y la Comisión Interaliada de Control comenzó a trabajar sobre el terreno con las premisas establecidas en Teherán (1943) y en Yalta (1944), pero los soviéticos fueron a lo suyo: la expulsión de las poblaciones alemanas de los Sudetes (Checoslovaquia) y Silesia (Polonia), así como las afectadas por la línea Oder-Neisse (Prusia oriental y el Este de Pomerania). En total, unos quince millones de alemanes (15 millones) que fueron pasando penalidades, de camino a la Alemania “Occidental”, por los campos de trabajo de Lambinowice, Zgoda, Potulice, Jaworzno, Glaz, Milecin, Gronowo y Sikawa, donde -mira por dónde- se dejaron la vida entre 2 y 2’5 millones -de esos alemanes- en sólo seis meses, por obra y gracia de la orden de Stalin… líder del paraíso comunista. ¿Venganza?, obvio que sí.

Cuando por fin terminó la guerra estaba ya casi todo decidido en cuanto al reparto territorial de Alemania. En septiembre de 1944 ya estaba hecho. Primero fue el Plan Morgenthau (el plan de Henry Morgenthau Jr., Secretario del Tesoro de los EE.UU., para “eliminar a la Alemania nazi”) que era incluso, se opinó entonces, interesante: dos nuevos países -Alemania del Norte y Alemania del Sur- como secuelas de la antigua Alemania, un trocito de territorio para la URSS -que resultó ser Prusia Oriental (¿qué más daba?, controlaba Polonia)-, el Sarre (vieja reivindicación) para Francia, y la zona de Ruhr y sus adyacentes quedarían bajo control de la ONU (según la propuesta de enero de 1942 de Roosevelt). Pero los yanquees ni siquiera se atrevieron a presentar el plan a Stalin. En septiembre de 1944, la Comisión Consultiva Europea (EE.UU., Reino Unido y la URSS) prefirió reunirse en Londres y desarrollar lo que se llamó el Protocolo de Londres: el reparto de Alemania y de Berlín, su capital. Se sacó de un cajón de la Inteligencia británica la ley alemana del 27 de abril de 1920 sobre el Gran Berlín, y se lo repartieron. El trozo más grande, para la URSS.Y el mismo día que nació la ONU (26.06.1945) incluyeron en ese reparto a Francia. Así que cuando los soviéticos tomaron Berlín (oficialmente, el 2 de mayo de 1945), por el Protocolo de Londres, sólo les correspondían 400 km2 del Gran Berlín (con una población de 1’1 millones de habitantes); los otros 480 km2 del Gran Berlín (con una población de 2’2 millones de habitantes) eran para los Aliados y estos no llegaron en Berlín hasta el 1º de junio (ya se ocuparon los soviéticos de ponerles trabas y saquear convenientemente lo que quedaba de su territorio); y hasta el 4 de julio no pudieron tomar el control efectivo de todo el Berlín, llamemos, “Occidental”. Y ya estaba el Gran Berlín repartido.

En cuanto al país, Alemania, como se refrendó en la tercera de las Grandes Conferencias, Potsdam (17.07-02.08.1945, junto a Berlín), los soviéticos ocuparían Mecklemburgo-Pomerania Occidental-Brandemburgo-Sajonia y el Anhalt. Incluso cuando se pusieron muy pesados con el cumplimiento del Protocolo de Londres se les permitió a los soviéticos quedarse con Turingia y el trocito de Sajonia que aún, por un meandro de un río, ocupaban los yankees. Ellos eligieron su territorio, y nunca, querida sindicalista, optaron por el rico Ruhr.






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