15 nov 2015

DE JACME VILARAGUT: ¿PUEDE CAMBIAR LA PREMONICIÓN DEL CORSARIO?


Acabo de terminar de leer “Les cendres del cavaller[1], por cosas de la vida. Es, leo, la vida, apasionante y aventurera, del autor de Tirant lo Blanc. Será; pero para mí ha sido como leer la vida del pollito Calimero. Cuantas desgracias le aflijen.

Ahora que, de todos los personajes que aparecen en la obra me he quedado con Jacme (Jaume) de Vilaragut i Vilanova (1403-1464). Su vida es mucho más interesante y apasionante que la de Joan (Joanot) Martorell (1413-1468). De hecho, el Tirant literario dicen que es una clonación del siglo XV del mismísimo Vilaragut (el Tirant d’Albayda; señor de Albaida “la blanca” -el tirano de Albaida-, en la Vall d’Albaida). Fue este Jacme un corsario de tomo y lomo: buen navegante, mejor estratega, absoluto tirano en sus tierras, bregador en armas y licencioso en amores. Con licencia real, al corso a guerrear y al turco atacar.

El caso es que el Jacme este le dice a Martorell en un pasaje de Les cendres del cavaller que el problema está en el Este. Sí, en los turcos (entonces) que acosaban la cristiandad (entonces). 
También en los genoveses (que también estaban más al Este), pero eran los turcos, más al Este aún que los genoveses, el principal problema con sus guerras santas. Y Jacme les combatía in situ: Famagusta (Chipre), Rodas, Egipto y por todo el Mediterráneo. Iba a su encuentro, donde estuvieran.

De siempre, a esta vieja Europa, los problemas le han llegado del Este; por el Este. Desde el siglo IV, que ya son años, desde el Este nos fueron llegando todos los males. Hunos (acuérdense de Atila) “y otros”: ávaros (Justiniano les pagó para que se desviaran), sorbios, wendos, sármatas
burgundios, alanos, godos, visigodos, ostrogodos, suevos, vándalos, hérulos… que destruían -o no- lo que había y sometían a los de la vieja Europa. Y luego los árabes del Islam -que vinieron por el Este y penetraron por el Sur- y los turcos islamizados.

Desde el XIV fue un no parar con los turcos. Se llevaron por delante el Imperio Búlgaro (1371), el Albanés (1385), el Serbio (1389). Volvieron sobre sus pasos en el siglo XV y cayó Grecia (1460), Bosnia (1463)… Se les contuvo en Belgrado (1456), pero la rodearon y llegaron a Otranto (1480) en el mismísimo tacón de la bota itálica y entraron en Hungría (1480) y Herzegovina (1482) No había quien les tosiera y aquello significaba el hundimiento de la civilización occidental. En 1529 se estrellaron por primera vez contra Viena; en 1532 lo intentaron de nuevo y ahí estaba Fernando, el hermano castellano del emperador Carlos. Sí, pero volverían.

Por el mar las cosas no iban mejor. Tuvimos que dejar Rodas (y los caballeros de Rodas, a Malta), Chipre y Malta (y los caballeros de Malta, a Valencia). Dragut nos tenía con el miedo en el cuerpo por estas costas de la Marina alicantina. Pero nos apuntamos el tanto de 1571 (el 7 de octubre) y ya por mar les fue más difícil la cosa. Aquella fue, gracias don Miguel por la cita, “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Fue Lepanto.

Máxima expansión del Imperio otomano 
Pero en tierra… Valaquia, Polonia, Venecia, Austria… todo eran objetivos para los otomanos. En el siglo XVII vimos peligrar una vez más Viena, el corazón de Europa. Menos mal que en 1683 (11 y 12 de septiembre) se les venció y comenzó el declive otomano. De la Gran Guerra Turca (1683-1699) son las ruinas del Partenón ateniense: lo habían convertido los otomanos en almacén de municiones y… explotó.

Luego le pasamos el embolao a Rusia; fue cosa del rey de Suecia que por muy alto que estuviera (latitudinalmente) lo del turco también le asustaba. Y en el XVIII los rusos fueron nuestra frontera hasta que llegó Napoleón Bonaparte y se les plantó en Malta, Egipto y Siria. Ya en el XIX el declive otomano fue palpable: 6ª Guerra ruso-turca (1806-1812), insurrecciones en Serbia (1804 y 1815) -con independencia (1878)-, insurrecciones de Moldavia y Valaquia (1821) y guerra de Grecia (1821-1832) -con independencia (1832)-, donde les ganaron todas las islas posibles frente a las costas turcas. De los Balcanes costó echarlos: desde 1828 a 1908: las Guerras Balcánicas fueron el preludio de la IGM donde ya a los otomanos lo perdieron casi todo (aunque ganaran en Galípoli). Les volvió a ir mal en el periodo de entreguerras y peor en la IIGM: se aliaron con los malos y... Ahí, se puede decir, acabó la cosa.

Ya no supone un problema el turco, pero el problema sigue ahí, en el Este. Ahora es el Daesh, con lo que En Jacme sigue teniendo razón. Después de lo de París, de la vileza del sábado, el problema sigue siendo el Este y eso, mucho que lo lamento y basándome en la Historia, sólo se resuelve como antaño: in situ. Ellos no tienen nada que perder; nosotros mucho más que la vida.

Entonces, con Vilaragut, era la Cristiandad; ahora es la Occidentalidad. Hay gente al Este que no quiere darse cuenta de que puede cambiar de mentalidad, y la sociedad evolucionar y dejar de estar como en el siglo VI, en el que siguen anclados. Y lo que un día fue, por lo que fue, es sólo cosa de la Historia.

Me emocionaron los francesa saliendo de Saint Denis cantando la Marsellesa. Sí, hay que orientarse mejor y mirar con más detenimiento a Oriente, al Este: hay gente que no quiere evolucionar. Y están al Este.

Lo que le dice Jacme Vilaragut a Joanot Martorell en la novela sigue vigente: cambien de nombre al enemigo, de rango al rey; olvídense del siglo XV y sitúense en el XXI: “Jaume em parlava del perill que representaven els otomans per al futur de la cristiandat i, abans que cap home en el seu temps, va ser capaç de fer una premonició sobre la desfeta que s’endevindria anys més tardNo recuperarem mai Constantinoble. Els monàrques del món no tenen ganes de jugar-se-la. L’únic que pot fer-ho és Alfons, però necessità molts homes i els altres reis no li’ls deixaran. S’arrisquen a permetre que Alfons es torne massa poderós…

Después de lo de París, donde una vez más han evidenciado la pusilanimidad y la ruindad con la que se manejan los del Este, puede ser que el viejo corsario deje de tener razón.

¡Que suene la marsellesa!   




[1] Silvestre Vilaplana; 2005, Bromera Edicions

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