23 ago 2016

DE LA INDUSTRIA DE LOS FORASTEROS (VI)


Divisas: francos, dólares, libras… Necesitábamos divisas para equilibrar nuestra balanza comercial y pagar lo que debíamos, que era mucho. La obsesión por las divisas, por ejemplo, mantenía vigente el requisito de visado. Es que, para el caso británico, 1’7 libras por visado venía a representar en 1957 medio millón de libras seguras para las arcas de un Estado tan necesitado como el nuestro, proveniente de otro estado que también las necesitaba. El patrón internacional era el dólar y la economía británica, aunque salía adelante, lo pasaba lo suficientemente mal.

El Gobierno británico empezó una campaña para evitar el cobro del visado más que para la erradicación del mismo. Gibraltar y el nuevo aeropuerto de Málaga-Costa del Sol se metieron en el tema negociador. Como el de Málaga era un aeropuerto ridículo, los viajeros británicos volaban a la incipiente Costa del Sol vía Gibraltar. En 1958 se decidió la construcción del nuevo aeropuerto de Málaga y las autoridades del Peñón protestaron y exigieron a Londres medidas: se les acababa el chollo (uno de tantos). Londres optó por una política de buenas relaciones y planteó a Madrid bajar los humos a los de la Roca a cambio de la retirada de la obligatoriedad del visado (y de la sangría del medio millón de libras)… y España aceptó con la retirada del visado siempre y cuando no se intentara entrar desde Gibraltar. Londres y Madrid firmaron el acuerdo y como Gibraltar aún no gozaba de autogobierno (1964), se tuvo que callar.

Aeropuerto "García Morato", Málaga; julio de 1958

Los británicos ya no necesitaban visado para entrar en España (1961), pero el contencioso con Gibraltar siguió escalando cimas. En 1964 España dejó de reconocer el pasaporte gibraltareño (pasaportes británicos obtenidos en Gibraltar) y comenzó las restricciones de vehículos. Poco a poco fuimos ganando la batalla del Gibraltar turístico… y Londres optó por seguir con las buenas relaciones con Madrid. Pero lo de Gibraltar es para una saga de libros, y hoy no toca… porque llegó la Reina… y ese es otro cantar.

Para la llegada de turistas británicos a España fue decisivo el cambio de postura de IATA (Asociación de Transporte Aéreo Internacional) en 1956. Hasta entonces, se volcaba a favor de las ‘compañías de bandera’, pero a partir de ese año, por la presión -dicen- de los consumidores, IATA suavizó las restricciones y posibilitó los vuelos ‘chárter’ que en 1958 ya suponían el 30% de los realizados en Europa. Un vuelo IATA operado por BEA para el trayecto Londres-Valencia costaba -en 1957- unos 115 dólares, y un paquete de vacaciones ‘todo incluido’ -en vuelo chárter- estaba en los 125 dólares, lo que, además, equivalía al salario de un obrero británico de un mes.

Málaga, Valencia y Mallorca se convirtieron en los destinos principales de las agencias británicas y escandinavas en sus vuelos chárter. La geografía del desarrollo turístico se orquestó en torno a los centros operadores de vuelos chárter hasta alcanzar la saturación. Llama la atención que Valencia se convirtiera sólo en el punto de entrada de los turistas chárter, pues estos terminaban en la provincia de Alicante -en especial en Benidorm que entonces iniciaba su despunte- mientras que en los otros dos aeropuertos el desarrollo era adyacente al núcleo aeroportuario.


La otra gran fórmula, el turismo residencial, también se forja en estos años de la década de los cincuenta. Fueron los alemanes los primeros que buscaron “pasar largas temporadas en una atmósfera cómoda pero no lujosa y a un precio moderado” para lo que no buscaban hotel sino un alojamiento unifamiliar, dando impulso a la compra de grandes extensiones de terreno en las inmediaciones de la costa, o con vistas a la costa, para promociones inmobiliarias de chalets (y microchalets) unifamiliares. Las vacaciones con la familia y el no depender de los restaurantes a la hora de las comidas fue el motor de la iniciativa. Mallorca, Tossa de Mar, Tarragona y Alicante fueron los primeros destinos elegidos por los alemanes en la década de los años 50. El 1961 se estima que los alemanes eran titulares de unos tres millones de chalets en España, con lo que España se convirtió en el destino favorito de los alemanes que “colonizaron” la costa con establecimientos muy de su gusto.

Y cuando hablamos de “colonización de la costa”, ahora no vale rasgarse las vestiduras: la iniciaron los alemanes y la siguieron los naturales del lugar. Entonces lo del desarrollo sostenible era absolutamente desconocido. La palabra ‘sostenible’ ni se sostenía en el vocabulario mundial, y el concepto ‘sostenible’ no era ni concepto. No existía ‘conciencia ecológica’ al respecto. Es más, no existía ni ‘conciencia cívica’ sobre la cuestión de la naturaleza. Todo lo más un paisaje bonito que si muchos compartían terminaba por no ser tan bonito.

Además, pesaba que aún en aquellos años finales de la década de los 50 que ni tan siquiera la propia Administración española confiaba a pie juntillas en el Turismo y no estaba aún por su regulación. Algunos gerifaltes del Régimen creían que no iría a más (cortos de vista); a muchos les importaba un bledo (cortos de entendederas). ¿Quieren un ejemplo?: que para sacar adelante el proyecto Paradores el ministro de Información y Turismo tuvo que buscarse los dólares a través de la International Cooperation Administration (ICA), una agencia del Gobierno de los Estados Unidos para asistencia externa no militar que terminó como Agencia estadounidense de Desarrollo Internacional. Ningún banco de la España imperial se aprestaba a ello y nadie en el Gobierno apostó por ello.
Total, que comenzamos la década de los 60 porfiando en la ayuda internacional porque desde dentro del país muchos aún no veían en el turismo una solución económica y mucho menos una industria como unos pocos intentaban hacer ver.

M. Fraga. ministro. Y sobre la mesa un
ejemplar de “El nuevo Maquiavelo”,
de HG Wells
Hasta que llegó Fraga (1962). Manuel Fraga Iribarne fue el primero que creyó en la fuerza del turismo y en que los turistas airearían que “la España de Franco no era un estado policial enfrentado a la modernidad”. Fraga y su núcleo, al que sumaron al grupo de convencidos que llevaban años luchando a favor del turismo y aportando datos sobre su viabilidad.

 Además de fuente de contra propaganda exterior Fraga explicó al Régimen que el Turismo contribuiría al desarrollo regional y a la movilidad. Nadie mejor que el propio Manuel Fraga para contarlo: “El Turismo en España: balance y perspectiva[1]… o la comunicación de Rafael Vallejo Pousa(“¿Bendición del cielo o plaga? El turismo en la España franquista, 1939-1975”, de tan obligada lectura como el libro de Pack.

Menos de un mes después de asumir el cargo, lo primero que hizo Fraga fue realizar “una visita a Benidorm que, de pacífico pueblecito de pescadores mediterráneo había pasado a coinvertirse, durante la década de 1950, en un monumento de asfalto a la cultura turística europea de postguerra”. Era entonces ya el mejor ejemplo de lo que el turismo podía deparar. Y tenía un alcalde apostando por la gestión: Pedro Zaragoza Orts.







[1] Fraga, Manuel “El Turismo en España: balance y perspectiva”; Mº de Información y Turismo, 1963. Si no es capaz de trasegarse todo el libro, el mismo Fraga hizo una adaptación, con el mismo título –“El Turismo en España: balance y perspectiva”- para la publicación en el nº 1 de Estudios Turísticos; eso sí, 45 páginitas. (pp. 5-50).

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