22 ago 2016

DE LA INDUSTRIA DE LOS FORASTEROS (V)


En materia de precios hoteleros (y otras cuestiones del Turismo), 1957 marca la inflexión administrativa. Tal vez la iniciativa más notoria cabría adjudicársela, en importancia, a la Ley del Suelo (1956) pero el corpus legislativo más impactante -y centrado en la materia- se inicia en 1957 con una Orden Ministerial (14.06.1957) que reglamenta la industria hotelera de arriba abajo, en especial los precios de la hotelería.

El profesor Carmelo Pellejero es tajante en su análisis (que Pack recoge): “Las normas se habían diseñado -1939- con el objetivo de atraer turistas a toda costa, pero no para hacer que el propio sector turístico prosperase”. De ahí la importancia de las medidas administrativas de 1957. Corregida la cuestión precios, no se estuvo ni diligente ni previsor en la cuestión del litoral, pero esa es harina de otro costal.

En un principio se prensó que todo el monte era orégano[1] y la costa, que por entonces estaba como virgen, se convirtió en el objetivo de todos. La Costa Brava se entendió como una prolongación de la Costa Azul francesa y, además, se buscó una alternativa bien al sur que resultó ser el entorno malacitano que tanto esfuerzo promotor -sin éxito- había recibido desde los años 20 para captar el turismo de Tánger y de Gibraltar. Ahora se proponía a Europa descubrir “el asombroso contraste del paisaje con la montaña abrupta por un lado, y el llano casi tropical por otro, y el pintoresco humano”. Todo esto estaba muy bien pero hasta que la moda del bronceado no irrumpió en España, la Costa del Sol (y las demás soleadas del Mediterráneo) solo rascaban la bola justa para no desaparecer.

La moda del bronceado[2] fue determinante: el norte perdió su atractivo. Ahora se buscaba “el seguro de Sol[3]. Y con sol ‘asegurado’ y el bronceado por medio, los centímetros cuadrados de ropa iban recortándose hasta el extremo de ‘afectar’ a la moral pública, con lo que proliferaron en los años 50 las directrices de la Dirección General de Seguridad (para que los gobernadores civiles las aplicaran) sobre la materia. Evitar “extralimitaciones que con motivo de los baños… pueden menoscabar el decoro público”. Entro en nuestras vidas, y en las de los turistas, el albornoz playero. El Reglamento de los Trajes de Baño en España espantaba a muchos turistas, especialmente británicos. Pero resultó mucho más el ruido que las nueces y hay más literatura fantástica sobre el tema que expedientes incoados.

Esto del Turismo en España ya era imparable a mediados de los años cincuenta. De tal modo, se preparó en 1957 el borrador de la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico Nacional (CyZINT) que, aunque extrañamente muy bien defendida por el ministro Arias Salgado, no pasó de ser un borrador hasta la definitiva de 1963, habiendo perdido una oportunidad de oro de regular el sector seis años antes. A pesar de las abrumadoras evidencias a favor del Turismo, muchos jerarcas del Régimen no veían aún en él la industria de los forasteros que mentes más despiertas habían visto medio siglo antes y muchos seguían viendo entonces. El que Santiago de Compostela funcionase como centro de peregrinación y la Alhambra de Granada tuviese reconocimiento junto a Toledo y algunas joyas arquitectónicas del centro peninsular tapaba el éxito de las playas y posibilitaba que no se pusieran cortapisas al turismo. Es más, en 1957 España firmó su incorporación al Tratado Internacional de Circulación de Vehículos a Motor a pesar de que hasta entonces habían estado circulando, de siempre, vehículos “extranjeros” por las carreteras españolas, pero aquello nos situó en el mapa internacional de los desplazamientos. ‘Oficialmente’, no podían circular; pero nadie reparaba en ello. Sí, en el Reino Unido se utilizaba la British Visitor Card (que se conseguía gratis en las agencias de viajes) pero en España no había indicativo de tipo alguno, por dejadez, como en el resto de la Europa Occidental continental (por regulación).

Los artífices del Plan de 1959: Ullastres y Navarro Rubio
Y, a todo esto, lo que más pesó en el auge del turismo es que ya en 1953 su cuenta de resultados se acercaba a pasos agigantados a nuestras principales fuentes de ingreso de divisas: la minería y la agricultura de exportación. Estaban ya casi a la par y, querámoslo o no, “la pela, es la pela”. Interesaba a todos que el turismo funcionase bien: los países emisores permitían salidas de divisas que España luego invertía en comprarles productos. El negocio funcionaba en las dos direcciones.
Pero el momento clave del turismo español llegará con la entrada en vigor del Plan Nacional de Estabilización Económica (1959) que (al devaluar la peseta) dio aún más valor a la moneda que traían los turistas. El mismo 1959, la medida reflejó un aumento de un 15% en turistas, llegando a un 57% en 1960… lo que se traducía en un mayor ingreso de divisas.

Pero la cuestión de las divisas se ponía cada vez peor por la existencia de un mercado negro y la falta de competitividad de nuestra agricultura y minería una vez en marcha el Mercado Común Europeo donde Argelia (entonces Francia) nos hacía la puñeta en cítricos y hortalizas, nuestra minería entraba en choque con la de los seis países ahora consorciados y en Turismo competíamos con Italia y Francia. Necesitábamos un estímulo superior y más divisas. Un Despacho de la Embajada en Bonn a la Dirección General de Política Económica alertaba -el 20 de marzo de 1957- que en Alemania era posible cambiar marcos a pesetas a un cambio de 11’50 pesetas, mientras que en España lo haría a 9’26 pesetas. La mayoría de los alemanes llegaban ya con las pesetas cambiadas. Cuando las autoridades alemanas fueron conscientes de que esa práctica perjudicaba la posición de España para pagar sus compras en Alemania, actuaron para evitar estas prácticas, pero ya en 1960.

Lo mismo ocurrió en los demás países emisores, aunque con distintos mecanismos. Con los EEUU se trabajó en los acuerdos bilaterales; con Gran Bretaña, en acuerdos comerciales supervisados por el Banco de Inglaterra (pero ineficaces porque trabajaban en dólares, preferentemente, con lo que salían aún más beneficiados); y con Francia, nuestro principal cliente, hubo un largo tira y afloja que coincidió con devaluaciones de moneda de ambos países y un acuerdo de reciprocidad. La Grandeur impulsó a Francia a exigir las mismas medidas que a los norteamericanos… y aceptamos.

Con la perspectiva del tiempo se observa con nitidez, como dice Pack, que el turismo  para España “fue una de las causas de la reorientación económica, más que uno de sus efectos secundarios”. Desde 1954, Forns y otros economistas ya cuantificaban los efectos del turismo: captación de divisas y fórmula de propaganda de las bondades del Régimen.

Se cuenta que Mariano Navarro Rubio, ministro de Hacienda, le envió una súplica a Franco: “estamos a dos pasos de la quiebra”. Y Franco aceptó la devaluación y todo el Plan Nacional que se orquestó dentro de una gran ola general de liberalización económica de la Europa Occidental… y todos los países aumentaron el límite de dinero que sus nacionales podían sacar del país para irse de vacaciones.










[1] Orégano (Origanum vulgare), etimológicamente “planta que alegra el monte”; es que la plató Afrodita.
[2] El bronceado la pone lo pone de modo Cocó Chanel a medidos de los años 20. Regreso de un crucerito por el Mediterráneo un poco tostada por el sol y todas la quisieron imitar, pero en realidad buscan imitar a la “diosa criolla” Josephine Baker, “la mujer de la piel caramelo”, la “Venus negra”. Pero hasta que el perfumista francés Jean Patou no lanza el aceite bronceador (1927) no se pone en marcha la moda del bronceado que a España llega a finales de la década.
[3] Luego se popularizó en una canción de Los Mismos (1968). “El hombre del tiempo” y se centró en Tenerife.

No hay comentarios:

Publicar un comentario