2 oct 2016

DEL PLAN DEL AÑO CERO DE BENIDORM


Buscando, cómo no, otra cosa he dado con la carpeta que contenía el suplemento “El Dominical” del Diario Información del 15 de septiembre de 1996. Veinte años doblado junto a un ejemplar del folleto Historias de la Radio (Las Provincias).

Benidorm, año cero” en el 40ª Aniversario (1996) del Plan General de Benidorm: “40 años del nacimiento del diseño urbano de la ciudad” donde Jorge Fauró y Carlos Esteve, con fotos de Pilar Cortés, nos cuentan cómo fue lo del PGOU de 1956 que “gestó el dibujo de calles y rascacielos y asentó el modelo turístico”, donde “la fe ciudadana permitió convertir espacios agrícolas en grandes avenidas y viales”, donde se da carta de naturaleza a “la teoría de la ‘caja de cerillas’ que asentó la construcción vertical: cabía la misma gente y se ganaba espacio”, o se cuenta que “el éxito de Benidorm radicó en que los ‘fils de poble’ no dejaron controlar el negocio a los de fuera”.
En la página 8, dos arquitectos -Pere Joan Devesa y José Luis Camarasa- dejan su visión de aquél plan -“Una ciudad planificada” y “Nada de anarquía”- junto a un Pepe Bayona, cronista oficioso de la Villa, que cuenta cómo fue desde dentro a los “fils del poble”.

Pero con todo, me quedo hoy con los recuerdos de Guillermo Campos. Cuenta que… le abordó Pedro, don Pedro, Zaragoza en la puerta del Teatro Principal y “a los pocos días ya estaba midiendo los huertos y trazando calles” hasta “acabar con el motor de catorce coches” (once SEAT y tres OPEL) en ese ir continuo de Alicante a Benidorm -y regresar- desde mediados de los cincuenta. Campos siguió viviendo en Alicante: “Campos trazó también buena parte de la playa de San Juan y de otras zonas de la provincia”.

Guillermo Campos, delante del plano de Benidorm que ayudó a trazar.
Foto: Piñar Cortes. Diario Información; El Dominical, 15 de septiembre de 1996

Me encanta leer lo de “lo primero que recuerda de aquél Benidorm de 1956 -al que aquella primera vez llegó en autobús- es que sólo encontró un bar para comer donde le dieron un bocadillo de anchoas”. ¡Cómo sería la cosa!

Hubo máxima colaboración e implicación de las gentes de Benidorm, insiste. Sólo una excepción: “un agricultor que por la noche me quitaba las estacas que ponía por la mañana para marcar la Avenida del Mediterráneo. No le cabía en la cabeza que por aquél huerto de habas fuera a pasar una avenida de cuarenta metros”.

En Levante, cuenta, había parcelas “de doce metros de ancho por cuatrocientos de largo”; un disparate minifundista, apunto yo.

Y habla de milagro: “Todavía me pregunto cómo fue posible aquello… Aquella operación urbanística no le costó al Ayuntamiento de Benidorm ni una sola peseta”. Y cuenta sobre el ingenio de Baldoví, secretario del Ayuntamiento, con el documento de cesión: “la gente firmaba aquella instancia renunciando graciosamente a parte de su propiedad”.

Eso fue tan asombroso, -recuerda-, que vino a vernos hasta el jefe del Área Metropolitana de París. Quería saber cómo habíamos conseguido aquello”.

Y lo explica: “todos sabían que el valor de la parte del terreno que le quedaba se iba a multiplicar con cien. Había cola de gente ofreciendo parcelas para abrir calles”.

Y señaló Campos tres errores. A saber: “la dejación de autoridad” de las corporaciones posteriores que desembocó en la ocupación de los retranqueos, “la construcción de edificios a la derecha de la carretera de Rincón de Loix” y, por último, “imponer demasiados metros cúbicos de volumen por metro cuadrado”. Se refiere a los primeros compases, porque al final estábamos en 3 m3/m2 y para él aún hubiera estado mejor en 2’5 m3/m2. Para que se hagan una idea, los edificios pantalla están en 9 m3/m2. Él los hubiera preferido aún más estilizados, lo que con el tiempo llegó.

Cuenta Guillermo Campos la historieta de la Isla de Benidorm. Estaba la isla en un listado de Bienes del Estado que iban a ser enajenados[1] y se enteró de ello cuando “gente de Madrid” acudió a la Oficina del Catastro interesándose por los planos. ¡¡Querían comprar la isla!! Viaje rápido a Benidorm y con Pedro, don Pedro, Guillermo, don Guillermo, idean declarar la isla “zona verde. “Y eso es lo que aprobó el pleno pocos días después”. Entiendo que se sintiera orgulloso, muy orgulloso, comentándoselo a Carlos Esteve para aquél especial. Hoy es la Isla de Benidorm, que apadrinamos los periodistas de toda España; ¡y por dos veces!, para que no queda duda.

Termina Campos señalando que “la gente de Benidorm parece llevar el urbanismo en la sangre”. Tal vez por eso ha ido a más. Y elogió a aquella corporación municipal: “miraron con lupa el planeamiento de ciudades como Berlín, Biarritz, la Costa Azul… Aquella corporación del 56, no se imaginan las vueltas que dio para trazar el paseo de la Playa de Levante. Sabían lo que se jugaban”.

Y concluye con la apuesta de Muñoz Monasterio -uno de los hombres del Plan del 56- que no se llevó a cabo: “sugirió que las cuatro manzanas que forman la intersección entre la Avenida del Mediterráneo y la avenida de Europa se reservaran exclusivamente para uso comercial. Una gran área comercial en el centro del nuevo Benidorm”. Aquello hubiera sido una innovación más para el urbanismo del momento; hubiera sido la repera. Y, -como dice Campos, don Guillermo-,  “a lo mejor hoy no tendríamos el zoco que tenemos por todas partes”.

Pues con esa reflexión sobre una idea no atendida en sesenta años me quedo. Y, ¡por cierto!, si desde el 91/92 no henos tocado el Plan (heredero del de 1956)… ¿no va siendo hora de actualizarlo pensando en el Benidorm de dentro de cuarenta años? Pues eso.








[1] Enajenar: Vender, donar o ceder el derecho o el dominio que se tiene sobre un bien o una propiedad.

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