18 ago 2017

DEL PERIODISMO, DEL PERIODISMO PARTICIPATIVO Y DEL 17A




Me enteré a las 17’03 horas. A mí me lo señalaron ya como atentado: verde y con asas, alcarraza. Salté a mi cometido a pesar de la morriña agosteña… y así parece que andaban todos. Flojitos los inicios de todas las cadenas de radio y televisión; ¿los “buenos” de vacaciones? Me atrevo a pensar que sí. ¡Qué flojera informativa! Menos mal que se fue afianzando el nivel conforme pasaban las horas.



Yo siempre he preferido coger mis vacaciones en agosto porque la clase política descansaba (entonces hasta el 25 de agosto por lo menos) y esos días de canícula eran bastante relajados… y las informaciones más “de verano”.



Ahora bien, las redes sociales estuvieron infinitamente más activas. A eso le llaman ahora “periodismo participativo” (Dan Gillmor; “Mis lectores saben más que yo”). Pero ¿este es el Periodismo 3.0?, ¿el periodismo de los ciudadanos-usuarios-lectores? No sé yo si…



Yo recuerdo un experimento de Jay Rosen (Jane’s Intelligence Review) en 1999 y un artículo sobre ciberterrorismo que, para mí, fue el precursor y… que tuvo que abortar. Tal vez porque animaba a opiniones más que a comunicar realidades. No obstante, sus planteamientos siguen siendo básicos porque cuestionaba Rosen el fundamento del proceso periodístico de capturar información viable y práctica. Tal vez convendría matizar a Rosen porque han pasado muchos años y el ritmo vertiginoso de las NNTT ha dado alas a varias razas de periodistas y al afán comunicador de muchos ciudadanos a través de la instantaneidad de las RRSS y las posibilidades de los blogs y bitácoras.



El caso es que ayer las RRSS nutrieron a los medios generalistas de material y de actualidad… sin garbillar el material. Entraba de todo. Y costó que entraran pesos pesados en las ondas de radio y TV. Y el caso es que los ciudadanos tienen derecho no sólo a recibir información y opinión, sino también a difundirla por cualquier medio de expresión; esto lo recogen algunas legislaciones estatales. Entre ellas la Constitución Española de 1978 en su Artículo 20.



Hablando con los colegas, hay quien me apunta que esto del periodismo participativo ya tuvo un ejemplo en España con las Radios Libres de los años 80. Yo no lo recordaba; y tampoco lo considero.



El caso es que ayer los ciudadanos ante las RRSS se convierten en periodistas -comentaristas, diría yo- que aportaban su visión de la realidad -a su modo-, sin atender a la jerarquización de los planteamientos de la Redacción y publicando sin cortapisas. Hoy en día, vivimos interconectados a través de una red de información total que genera contenido constante y en donde los reporteros, los editores y la audiencia se encuentran a un mismo nivel. Ha cambiado el modelo tradicional.



Pero, aún con ese cambio, la información tiene sus límites cuando llegas a las personas afectadas. No hay que caer en el morbo y tener en cuenta algunas normas deontológicas. Recuerdo que tras el atentado de 2004, en Madrid, especialmente en el primer aniversario, ya se atendió a las peticiones de respeto a la intimidad de las familias de las víctimas ante las escenas de tremenda crudeza que un año atrás se habían recogido y aún estaban dando vueltas. Los profesionales lo entendimos. Saber resolver la ecuación que relaciona el deber de informar y los derechos de las víctimas no consiste en tratar mejor o peor el morbo, sino en la capacidad de contar la realidad sin añadir el contexto dosis de pánico ni cuota de repulsa. No hay que generar opinión en este tipo de información.



La verdad es que nos encontramos con que el concepto periodismo ciudadano se ha traducido en dar carta blanca a la participación de los ciudadanos en el proceso de creación y difusión de información basándose en la popularización de la Internet -que algunos llaman “democratización de la Internet”- y en las cuestiones del llamado periodismo colaborativo. La proliferación y tecnificación de los dispositivos móviles permite al ciudadano convertirse en “periodista” y transmitir y opinar sobre todo lo que presencia en tiempo real y dirigiéndose a una audiencia global. Y sin cortapisa alguna. Y no todo vale.



Y no todo vale. Tal vez ese periodismo participativo sea una forma de expresión de la llamada “emoción colectiva”, pero ni la prudencia ha sido tenida en cuenta, ni la responsabilidad ante lo que se está reproduciendo. Y, sobre todo, la influencia que se puede tener en el desarrollo de los acontecimientos posteriores porque hay muchas profesionales de las Fuerzas de Seguridad trabajando en esos momentos, y contra un enemigo común. Muchos datos, por nimios que nos parezcan, pueden alterar y complicar el trabajo policial. En ocasiones, se informa, sin pretenderlo, a los terroristas que también siguen los Medios y las RRSS. No tengo aún referencias de Barcelona de esto en Barcelona, pero recuerdo, en 2015, la persecución a los terroristas del atentado a Charlie Hebdo atrincherados al noroeste de París, en la imprenta y en el supermercado judío: los terroristas no sabían de la existencia de ciudadanos escondidos que alertaban a la policía y que fueron puestos en peligro por las redes sociales y por los Medios generalistas que se nutrieron de sus comunicaciones y mensajes. No, así no.



Las autoridades deben informar con las restricciones operativas necesarias y la opinión pública debe estar informada. Hay profesionales que se ocupan de ello; no hay que jugar a lo que no se sabe ni caer en fallos de becario. Y luego está lo de filtrar las opiniones de los “testigos” que ayer habían visto y oído lo que no había pasado… por su mente. Esta misma mañana un oyente le contaba a Carlos Herrera su testimonio de un “muerto en Cambrils por herida de bala” (“un rubio, como un turista inglés”). La capacidad de este testigo para discernir una herida de bala en la cabeza nos pone en jaque informativo. Tanto como el “conductor abatido” que se saltó ayer un control policial y ahora es víctima de arma blanca. Se abren así interrogantes que las autoridades aún no nos han revelado, pero que no pueden dejarse, tampoco, en manos del periodismo colaborativo.



Esperar, sabiendo de la tragedia, no es malo. No informar adecuadamente es peor.
























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